En esta semana de la poesía que termina, las consideraciones que se me ocurren son verdaderamente contradictorias. Está muy bien tanto predicamento como se ha manifestado, tantos actos, tanta batalla mercantilista y de propaganda que ha surgido por doquier, pero seguimos pisando un terreno baldío. Los surcos donde habría que sembrar la maravillosa semilla de las palabras de los poetas, que nos conectan al pasado para vislumbrar el incierto futuro… ¡Ah! nos los encontramos llenos de terrones, secos. No se puede abonar esa tierra, no se puede regar. Los poderes fácticos ya se encargan de ello. Los poderes que nos «asisten» tienen muy poca relación o ninguna con estos ministros de la palabra, del bien, que son los poetas. Como dice el gran poeta utópico Shelley: «Los poetas son los hierofantes de una inspiración instintiva; los espejos que recogen las sombras gigantescas que el futuro arroja sobre el presente; las palabras que expresan lo que ellos mismos no comprenden; las trompetas que llaman a la batalla, sin experimentar los sentimientos que esa llamada inspira en los demás. Los poetas son, aunque no se los reconozca como tales, los legisladores del mundo.